HUNGRÍA. Día 2. Budapest: De relax en Pest.


16 de julio de 2014

Tras un primer día en Budapest en el que nos dedicamos a recorrer Pest (la parte nueva, situada a la derecha del Danubio), el segundo día continuamos viendo lo que nos faltaba pero de una forma mucho más relajada. Comenzamos el día dando un paseo por la Avenida Andrássy hasta llegar media hora después a la Plaza de los Héroes, una de las plazas más importantes de la ciudad, donde se conmemora a las siete tribus fundadoras de Hungría. Todo lo que queríamos ver estaba situado en aquella zona, así que no teníamos que desplazarnos arriba y abajo todo el día.


Nuestra primera parada fue el Museo de Bellas Artes. Una vez dentro decidimos comprar la entrada combinada, que incluía la visita a la exposición permanente y a la exposición temporal, sobre Toulouse Lautrec en aquel momento. Pasamos dos horas recorriendo las salas del museo. Nos había llamado la atención al leer información sobre qué ver en la ciudad porque alberga pinturas de artistas tan conocidos como Cézanne, El Greco o Picasso, pero lo cierto es que, aunque el conjunto estaba bien, no nos resultó impresionante.

Tras salir del museo nos dirigimos al Parque Varósliget (Parque de la Ciudad). En realidad buscábamos un sitio para comer y, a pesar de que pensábamos que no era muy buena idea, seguimos adelante. Nos sentíamos atraídos y llenos de curiosidad por lo que veíamos, y es que allí se encuentra el Castillo Vajdahunyad, construido inicialmente en madera para la Expo de 1896 y que posteriormente se reconstruyó en piedra. Actualmente, en su interior se encuentra el Museo de Agricultura y la Iglesia de Jack. La verdad es que la zona es preciosa y bien merece una visita.


Después de merodear por allí, seguimos avanzando y vimos un chiringuito muy cerca del Balneario Széchenyi, donde teníamos programado ir después de comer. No parecía que hubiera ningún otro sitio para comer en el mismo parque y los precios estaban bastante bien, así que no nos lo pensamos más y nos sentamos.

A continuación fuimos al Balneario Széchenyi. Habíamos comprado las entradas previamente por internet y, gracias a eso, evitamos la cola. Las entradas nos costaron 16 euros a cada uno (entrada VIP entre semana) e incluían acceso al balneario a cualquier hora y la posibilidad de cambiarse dentro de una cabina individual y poder dejar allí las cosas. Si no, también está disponible la entrada estándar, un poquito más barata (cuando nosotros fuimos costaba 14 euros) y con taquillas a disposición de los usuarios. A pesar de que hay otros balnearios en Budapest (que fue nombrada Ciudad de Balnearios en 1934 debido a los 118 manantiales que hay en la ciudad), nos decidimos por este por ser uno de los más populares y de mayor tamaño. Además de contar con 15 piscinas en total (3 exteriores grandes y 12 interiores de menor tamaño), también dispone de saunas y salas de masaje.


Tras pasar dos horas en el balneario (soy de esas personas que se acaban cansando de estar tanto tiempo en remojo), nos dirigimos hacia el hotel para arreglarnos y salir a cenar. Lo primero que hicimos fue ir a Váci utca a por la merienda, donde había un puestecito de esos dulces que ya había probado en Praga y que tanto me gustaron: los kürtőskalács, unos rollos cuya masa lleva en ocasiones canela o piel de limón y están recubiertos de azúcar caramelizado. También los hay recubiertos de otros sabores, como por ejemplo de coco, almendras, nueces, cacao en polvo, vainilla... Pero nosotros nos decantamos por el de canela :P

La felicidad tiene un nombre, y es krst... kustu... ¡rollito de canela! =D

A continuación nos dirigimos a la ribera del Danubio para hacer tiempo hasta la hora de cenar y, de paso, ver la puesta de sol :)


El restaurante que elegimos fue The Imperator, donde por fin probamos la comida tradicional húngara: ¡riquísima! El camarero, que fue de lo más amable, nos comentó que al día siguiente habría un espectáculo de bailes tradicionales, y aunque nos quedamos con ganas de volver las cosas resultaron de otra manera.

Después de la cena ya era bien de noche y comenzamos una larga caminata. Desde el restaurante fuimos hasta el Puente de las Cadenas y, desde allí, hasta el Puente Margarita. Todo lo que vimos nos resultó igual o más bonito que durante el día, así que el paseo nocturno mereció muchísimo la pena.


Ya era bastante tarde y al día siguiente pensábamos visitar Buda, así que al finalizar nuestro recorrido nos retiramos para estar en forma nuestro último día en Budapest. Y qué pena nos iba a dar irnos...

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